26 febrero 2008

Intertextualidad 1 ROMA CITTÀ APERTA




Ni Roma podía ahogar las penas de ella, la tristeza que traía. Caminaba por una ciudad en la que había soñado estar sin la posibilidad de poder disfrutarlo. Nada tenía sentido.
Todo se veía a través de rejas, puertas, se veía sin apertura visual. Sin poder ver más allá.
Sin embargo, las grandes ciudades tienen esa magia. Ese segundo de cruzar miradas en la diversidad, heterogeneidad, la magia de pedir fuego, simplemente fuego en una última tarde en Roma. Y que entonces de golpe se pueda no solo ver a través de las cosas, sino de la gente y generar movimiento.
El en cambio, disfrutaba cada segundo que respiraba en esa Ciudad, como si respirando profundo y observando cada movimiento pudiese retener a Roma en el alma para siempre.
Para ambos era la última tarde en Roma, si bien esto tenía un significado diferente para cada uno de nosotros. El sabía que volvería; o eso se había prometido. Ella se despedía de la cittá eterna para siempre; o a eso se había resignado.
No tuvimos tiempo de despedirnos, al igual que tampoco habíamos tenido tiempo para conocernos.
Seguro que aquella noche, en algún lugar del mundo, un ecuatoriano y una alemana hicieron el amor burlándose de la unión tan retórica entre España y Argentina.