Tren repleto, subte repleto, de personas claro. No quepa ni un alfiler, ni una mosca, ni una cosita más. Se respira con esfuerzo, con dificultad, pero se respira, que para lo aplastado que se esta no es poco.
Llega a nueva estación, y para adentro uno piensa: que baje gente, que bajen algunos, que baje alguien. Y anden también repleto. Suben, algunos, más aplastamiento humano.
Al fin, la próxima estación es en la que me bajo, como puedo, me acerco a la puerta. Anden con mucha más gente.
No me dejan bajar, no nos dejan salir a los que necesitamos salir. La gente que esta esperando en el andén con desesperación solo quiere entrar.
Seguramente, que en un mundo así quizás sea ingenuo hablar, plantear, anhelar solidaridad colectiva y espontánea. Pero es en lo que creo. No sería mucho más sencillo, obvio, amable, simpático y sano que naturalmente, al llegar a una estación, descienda la gente del tren primero y la que esta en el andén aguarde para luego subir. En lugar de chocarse y forcejearse como dos ridículas fuerzas que se impiden una a la otra el paso y van hacia lugares opuestos.
Me quejo para que te quejes, y cambiemos un poquito el mundo.